Costumbres bárbaras

Por Natalia Carrizosa

Vivir durante un año entre vikingos con mi hijo recién nacido me ayudó a relativizar muchas ansiedades y a valorar distintos estilos de crianza. Me conectó con vivencias e historias capaces de destruir cualquier pretención de universalidad sobre lo que es ser una «buena madre» o una «madre indigna».

En la primavera de 1997 la danesa Annette Sorensen y su novio, se encontraban visitando Nueva York. Paseaban a su bebé de 14 meses en coche por las calles de East Village y decidieron entrar a un restaurante que debió parecerles muy « hygge» . Como la bebé estaba dormida, hicieron lo que cualquier buen padre escandinavo haría. Dejaron el coche afuera con la niña bien arropada.

Si algún día visitan Copenhague notarán, en efecto, que a la salida de los cafés hay muchos coches enormes y si se asoman se sorprenderán de comprobar que algunos bebés siguen dormidos adentro. A la entrada de los establecimientos hay letreros que prohíben entrar esos armatostes. Pero los daneses, y todos los escandinavos en realidad, creen que es muy saludable para los niños dormir al aire libre, sobre todo en los meses más fríos del rudo invierno nórdico. ¿Y no temen que alguien secuestre a los bebés?, se preguntarán ustedes. Y la verdad es que, como en otros países, los secuestros los perpetran mas bien padres separados en conflicto por la guardia de los niños. Lo peor que ha sucedido con esta práctica es que un bromista con pésimo sentido del humor decida mover un coche unos metros.

Nos encantan los bebés”

La ley danesa otorga un año pago de permiso de maternidad que se puede compartir entre ambos padres (En Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia son tanto o más generosos). Existen toda clase de servicios sanitarios institucionales, ofertas de recreación (gimnasios y cines a donde se puede ir con lactantes en coche), una economía y todo un estilo de vida que gira al rededor de esta porción de la población en permiso de maternidad. Al lado de mi casa quedaban varios de los cafés y restaurantes preferidos por las mamás para encontrarse a tomar brunch en estos meses. Uno de mis preferidos era el Laundromat café, que tiene ese nombre porque también es una lavandería. Tiene un rincón con juguetes y un espacio con sofás con un letrero que indica « Siéntase tranquila de amamantar. Nos encantan los bebés y también las tetas ».

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En Dinamarca las “buenas madres” amamantan en público y sacan a sus bebés a dormir la siesta al aire libre. Muchos edificios, entre ellos el edificio donde yo vivía, están construidos alrededor de un patio trasero con jardín y siempre hay niños jugando y coches con bebés parqueados allí. Los padres no siempre están abajo con ellos, sino que los vigilan de vez en cuando por la ventana.

En la guardería, la zona de la siesta era también un espacio del jardín donde parqueaban los coches-cuna con toda clase de edredones y protecciones para el frío. Los cachetes de los bebés siempre tenían ese color rojo que deja la exposición a la brisa helada. Una vez oí a una madre avergonzada que confesaba que andaba muy cansada y le daba pereza sacar al bebé a hacer la siesta afuera. Se sentía la peor madre del mundo.

Annette y su novio comían pues tranquilamente, y con la conciencia tranquila, mirando a su hija desde la ventana del restaurante newyorkino, cuando un primer buen samaritano preocupado entró al restaurante a buscar a los padres del bebé que encontró abandonado afuera. Ellos le aseguraron que no había problema, que la niña estaba bien. Cuando un segundo ciudadano preocupado le advirtió a los empleados del restaurante que había un bebé afuera, los meseros le ofrecieron a la pareja pasarlos a una mesa más amplia donde podrían acomodar el coche, pero ellos rechazaron esta amable oferta.

Entonces ese o un tercer ciudadano preocupado llamó a la policía. El NYPD atendió presto el llamado, entró al restaurante, arrestó a la pareja y se llevó a la bebé a los servicios sociales. La noche separados, el arresto, los señalamientos en la prensa y el subsecuente juicio por negligencia desencadenó un conflicto diplomático. La embajada danesa tuvo que mediar y explicar a los gringos, que debían ver como unos bárbaros separadores de familias, que Sorenssen no era ninguna “madre indigna”, que dejar bebés en la calle era una costumbre perfectamente aceptada en los países nórdicos. Finalmente se levantaron los cargos contra Sorensen y su pareja.

Nuestros miedos no son iguales, y nuestros excesos de cautela tampoco

Podría uno pensar de toda esta historia que los nórdicos son mucho más relajados con la seguridad de los niños y que los Estados se entrometen mucho menos para legislar sobre las decisiones crianza que son aceptables y las que en cambio, pueden llevar a los servicios sociales a intervenir. Pero eso no es cierto. Actualmente los servicios sociales de Noruega enfrentan una ola de indignación y protestas por el caso de Marius y Ruth Bodnariu.

Ruth esperaba que llegara el bus del colegio de sus dos hijas mayores (de 8 y 10 años) pero el bus siguió sin detenerse. Al rato, y sin ningún aviso, la policía desembarcó en su casa, le exigieron entregar a sus hijos de 2 y 5 años a una oficial de los servicios sociales de emergencia, donde, le informaron, ya se encontraban sus hijas. Le dijeron que debía acompañarlos para ser interrogada y allí descubrió que todo se debía a que ella le había confesado a una profesora que de vez en cuando le pegaba nalgadas a sus hijos.

Al día siguiente un carro de la policía volvió a su casa y el matrimonio alcanzó a creer que venían a devolverles a sus hijos, pues todo se debía a un error. Pero nada de eso. Vinieron a llevarse al bebé de tres meses. Aunque nunca comprobaron que los niños tuvieran marcas físicas de maltrato, separaron a los hermanos en tres familias adoptivas diferentes y llevaron al lactante a más de ocho horas de distancia de la casa de su madre.

Como ya he contado en otro post, los países nórdicos fueron los primeros en prohibir la palmada y toda forma de castigo corporal. Esta ley es algo que se toman muy en serio y que en cierta forma admiro. Pero muchos padres denuncian que los servicios sociales actuan demasiado rápido contra padres de origen extranjero como Marius y Ruth, que son rumanos. Las cifras podrían hacer pensar que existe un sesgo xenófobo.

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La familia Bodnariu con vestidos tradicionales rumanos antes de la separación

Al final, los bárbaros no son los pueblos vikingos, ni los pueblos de costumbres universamente despreciables. Siguen siendo los extranjeros, aquellos a los que no comprendemos pues hablan una lengua que para nuestros oídos incultos no es más que “bar-bar-bar”.

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