Un buen jefe tiene bien puesto el pantalón de maternidad

Por Natalia Carrizosa

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Cuando la esposa de mi exjefe estaba por dar a luz a su primer hijo, él siguió trabajando en la oficina. Una colega más veterana le insistía para que se fuera, pero estábamos en cierre y él sentía que debía quedarse.

En ese momento yo estaba recién graduada y soltera y me encantaban las noches de cierre en la redacción. Aún recuerdo con nostalgia la camaradería y ese sentido de estar respondiendo a una vocación. En los cierres los periodistas comíamos juntos en la cafetería, poníamos música, hacíamos chistes con los diagramadores, nos emocionábamos con la última chiva y se nos hacía agua la boca con  los printers de las opciones de portada. No parábamos de charlar y de reír mientras esperábamos el turno de poner un pie de foto, de hacer una última “capada” para ajustar el texto a la diagramación. Esto podía durar hasta las 3 de la mañana. En esa época yo admiraba mucho la energía contagiosa, el compromiso y la capacidad de sacrificio de nuestro joven jefe, que era un digno representante de los yuppies de los 90.

Solo anoche al recordarlo tuve la revelación de que su manera de actuar el día del nacimiento de su hijo fue muy perturbadora y que habla mal de un mundo laboral al que no fui capaz de acostumbrarme. Es muy probable que al igual que yo, mi exjefe haya tomado consciencia y cambiado su forma de ser. Ahora que he dado a luz dos veces y tengo pareja y una vida de familia, lo que más me molesta no es la evidente falta de consideración de un hombre con una mujer que estaba pariendo. Sino lo que considero un error de liderazgo del tipo que sigue frenando el desarrollo profesional de las mujeres en las empresas de Colombia (y del que probablemente yo también he sido víctima).

Un líder lidera principalmente con su ejemplo. Así, los jefes saben que no pueden llegar tarde a la oficina y que la mejor forma de que sus empleados sigan en sus puestos de trabajo hasta tarde es no ser el primero en irse. Que un jefe estime, entonces, que el parto de su primer hijo no es motivo para dejar el puesto de trabajo y que lo haga saber, hace que sus empleados se sientan poco inclinados a privilegiar su vida de familia, o usar esta como justificación para no cumplir con el compromiso debido a la empresa. Se manda el mensaje de que un parto no puede ser gran cosa para el modelo de buen trabajador que la empresa aspira tener y que premia con promociones.

Este modelo penaliza claramente a las mujeres. Por razones biológicas, una mujer no puede decir: “No. Estoy dando a luz pero me voy a aguantar porque tengo que trabajar, es mi compromiso con la empresa”.  Además, culturalmente no es una opción valorada que una mujer anteponga su vida profesional al cuidado de su familia. En parte por ello, son principalmente las mujeres quienes se encargan del cuidado de los niños pequeños o los padres ancianos o enfermos.  En un entorno de trabajo que no reconoce las responsabilidades familiares de cuidado de los suyos como parte de lo que un buen empleado hace en su tiempo “libre”, es más difícil para las mujeres avanzar profesionalmente. Cuando un jefe es adicto al trabajo, manda mails los fines de semana, a las seis de la tarde pone a sus subalternos a resolver algo “para mañana a primera hora”, o no se reparte con su esposa las responsabilidades de cuidado de sus hijos, está haciéndole mucho daño a las mujeres de su empresa.

Al privilegiar empleados que dejan a sus parejas pariendo solas, que no se encargan de dar teteros ni cambiar pañales, que son capaces de trasnochar en la oficina a pesar de tener un bebé que aún no duerme de noche y requiere que alguien lo alimente cada 2 horas, se está premiando a hombres machistas que descargan todas estas responsabilidades en mujeres que probablemente no podrán aspirar al mismo desarrollo profesional. Por esta razón, muchas profesionales brillantes y prometedoras terminan abandonando carreras o ambiciones de llegar a cargos directivos. A su vez, esto ayuda a reproducir culturas empresariales machistas pues no se dan las condiciones para que lleguen a cargos directivos mujeres con hijos ni hombres feministas. Un jefe que quiera romper con este círculo vicioso y no frustrar la carrera de las mujeres de su empresa y del país en general, quizás debería empezar por ser un mejor padre con sus propios hijos y valorar y reconocer las obligaciones que trae la maternidad de sus empleadas y empleados desde el embarazo.

Hogar, verde hogar

Cómo cultivar en familia plantas decorativas y comestibles en un apartamento

Por Natalia Carrizosa

Vista desde la terraza de mi sala con  varias hierbas aromáticas en primer plano.

Llevamos varios meses haciendo del apartamento que compramos en pleno centro de Bogotá nuestro nuevo hogar. Después de haber vivido tantos años en el campo en Francia ando muy contenta e inspirada con la  tendencia de decoración de interiores «urban jungle» y con las técnicas para hacer huertas urbanas en pequeñas terrazas. Por eso he decidido compartir algunas ideas de cómo entrar en estas nuevas ondas verdes urbanas en familia:

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.  Antes de empezar, crear un «moodboard» compartido  para inspirarse en Pinterest.

Toda la familia puede participar tomando fotos de revistas de decoración, de plantas vistas en otras casas, en viveros o mercados o guardando otros pines de Pinterest. También se pueden incluir tutoriales o artículos que expliquen como sembrar y cuidar las plantas que nos interesan. Es una buena idea incluir fotos de la casa para tenerlas a mano en el vivero o almacén y poder así imaginar el efecto de una planta o matera antes de comprarla.

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Algunos de los pines del estilo «urban jungle» que he guardado en Pinterest

2. Sembrar suculentas gratis con los niños 

Conjunto de plantas crasas o suculentas entre las que se encuentra «Cactusito» bautizada así por mi hijo en honor al personaje de Yoko Kitami en Cactus, nuestro libro infantil favorito.

Las plantas crasas o suculentas son ideales para involucrar en su cuidado a los niños. Se reproducen tan  fácilmente que no hay necesidad de comprarlas y no necesitan mucha agua. Aquí tenemos en primer plano una echeveria que mis hijos sembraron como actividad en el cumpleaños del hijo de mi amiga Juana hace 1 año. Es de lejos la mejor y mas duradera «sorpresa»que  han recibido en un lonche.

Detrás de ella hay dos suculentas silvestres que mis hijos recogieron en el monte de Ubaté. El cactus es una hoja de nopal (comunmente llamada penca en el altiplano cundiboyacence) que el chiquito encontró en el suelo hace 2 meses. Desde que la pusimos en la matera ya hizo otra hoja. Los niños también se divirtieron recojiendo y pintando con témperas las piedritas que lo sostienen.

Un poder mágico de las suculentas es precisamente que se pueden reproducir muy fácilmente a partir de una hoja encontrada o «robada» por ahí. Solo hay que dejar la hoja encima de la tierra o ligeramente enterrada. Entonces empieza a hacer nuevas hojas nuevas y a convertirse en otra planta, como se ve aquí:

Hoja de suculenta en proceso de formar una nueva planta

3. Construir una jardinera en forma de escalera para las frutas y hortalizas en la terraza
En Bogotá existen compañías como Paqua que venden e instalan huertas para pequeñas superficies muy lindas. Sin embargo, hacer una jardinera en familia puede ser mucho más divertido. Una visita a Home Center para comprar metro de construcción, taladro, tablas y serrucho y una búsqueda en Internet con el tutorial de predilección nos dieron para horas de diverción y aprendizaje.

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Durante la construcción de la jardinera mi hijo aprendió a usar un taladro. Mi hija se encargó de medir y contrastar con los planos que ayudó a dibujar
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La jardinera terminada. Está diseñada para poderse guardar debajo de la jardinera de hierbas aromáticas

4. Sembrar plantas comestibles para sosechar en familia

Los niños se interesan más en la jardinería si pueden cosechar y comerse lo producido. A los míos les encanta ir a buscar en la terraza la albahaca del pesto cuando estamos cocinando pastas o el cidrón y hierbabuena para el agua aromática. A mí me encanta poder hacer ají fresco con mi cilantro y ají.

Un excelente plan que estamos por empezar, es hacer un semillero de lechugas y otras hortalizas con los niños. Ya tengo un par de semillas y pienso usar cáscaras de huevo o una canasta de plástico con huecos y plástico como semillero. En nuestra jardinera terminada pensamos poner estas plantas de fresa, otras plantulas compradas en los supermercados y las plántulas que sembraremos nosotros una vez germinen.

Las semillas para empezar la huerta de hortalizas
Con las frutas de este naranjito o Calamondín se pueden hacer mermeladas y tartas merengadas deliciosas.

Vas a crecer

A tus 4 años recién cumplidos fuimos a la playa y dijiste que querías escribir «Mamá y Gabriel»en la arena. «Gabriel» lo escribiste solito con un palo de paleta que pediste sin vergüenza y muy educado a una señora que se bronceaba al lado. Me sentí tan orgullosa de todo lo que estabas aprendiendo y de cuánto habías crecido… Me dijiste que pintara un corazón alrededor de las letras. Luego te sentaste a cuidar la obra muy serio. Te pusiste furioso con un vendedor ambulante que pasó la rueda de su carrito por encima. «¡Nooo!. ¡Es mi corazón!», le gritaste. Luego viniste llorando desconsolado a acusar a unos turistas que pasaron sin fijarse y dañaron una «M». Yo te abracé hasta que sentí tu cabecita tranquilizada sobre mi cuello y te dije que no te preocuparas, que así pasaba siempre con las letras en la arena. » Se borran fácil y eso es lo chévere». Dejaste de  llorar, corriste animado y decidiste borrarlo todo con energía, como si fuera una  pobre torre de lego. Y mientras esto pasaba el tiempo se aceleró tanto que empecé a ver la escena como un viejo recuerdo y quise  llorar.

Este es mi miedo: Vas a descubrir mis mentiras, fallas y secretos. Vas a reconocer las pequeñas tretas con que lograba calmarte y hacerte creer que tenía un poder mágico para mejorar las cosas. Te sentirás traicionado. Dejarás de llegar cada mañana a mi cama para que te haga cosquillas y besos que hacen ruido de pedo en la barriga. Mis días ya no comenzarán con tus ataques de risa. Me buscarás sólo cuando te caigas o sufras. Pero luego asociarás el deseo de apapacho de mamá con una debilidad tuya, y por hacerte sentir débil, me odiarás un poco y me evitarás.

Vas a crecer.

El desfogue de la mañana

Por Natalia Carrizosa

Son las 8 de la mañana y estoy desayunando una empanada recién amasada en un puesto de la calle en Pescador, Cauca. Llegué en un colectivo que tomé en Santander de Quilichao y voy a Caldono a hacer un informe sobre un proyecto productivo de un cabildo indígena. El mototaxista que propone llevarme, y que me parece churrísimo (como casi todos los jóvenes afro de esta región), se ha sentado al lado y hablamos de cómo a ambos nos encantan los amasijos fritos « Uy sí… que tal las empanadas, los aborrajados, las puerquitas, hmmmm… »

Me hace bien ir a campo. Me gusta el amable coqueteo y me siento muy pillina de anticipar como voy a ir apretando con brazos y piernas al mototaxista mientras dejamos la planicie entre olores de café, cacao, piña y mango. Me hace bien olvidar que soy una mamá bogotana. Que a esta hora he dicho muchas veces “ahora ponte los zapatos”, “bajate de ahí que vamos tarde”, “por favor péinate” y he dejado a los niños en el colegio. A esta hora en general corro con mi perro en el parque del Virrey mientras oigo podcasts en inglés, y veo desfilar a otras mamás que jalan unas cuerdas elásticas que sus entrenadores personales amarran a los juegos de niños. Ese es el desfogue nuestro de cada mañana.

Esta es una mañana completamente diferente y creo que estoy en un mundo completamente diferente al que describo en mi blog. Suelo burlarme o alabar modas de crianza traídas de Los Angeles y Copenhague y critico desde un feminismo que a veces me parece urbano y elitista temas como el balance entre trabajo y familia, los roles de género en la pareja o la exigencias sociales desequilibradas y contradictorias que tienen las mujeres para ser consideradas “buenas madres”.

Pero entonces llega un campesino de unos 40 años a la tienda y la mujer que amaza las empanadas le pregunta: «Y entonces? ¿Si alcanzaron a terminar la tarea?¿Y qué dijeron de la reunión?  Su marido le responde que es a las dos y que él no va a poder ir. Y empieza algo muy conocido para mí. La pelea-negociación por cuál de los dos va a tener que salir temprano del trabajo para ir a la reunión del colegio. El marido dice que no puede porque va a estar despulpando café y no sabe cuando termine. Ella no le cree que se demore tanto. Ella dice que no piensa ir y su marido no tiene problemas con que ninguno vaya. Ella explica que es una perdedera de tiempo pues lo hacen a uno ir a las dos y no comienza sino hasta las cuatro y que para colmo no le hablan de los niños sino de temas administrativos del colegio que a nadie le importan.

Y entonces yo meto la cucharada. “Es cierto”, digo. Pues, francamente, qué mamá no odia estas reuniones. Y pido otra aguaepanela y otra empanada y seguimos hablando un buen rato. Hablamos de cómo en esas reuniones lo regañan a uno por toda clase de cosas que los profesores asumen que los padres están haciendo mal, de cómo las otras mamás arman chismes y se critican entre ellas…
Su marido se termina yendo, el mototaxista se aburre y consigue otro cliente para un “domicilio”.

“Y lo peor es que voy a terminar yendo.” me dice ella al final, “Pues, si no, después dicen que uno es una mala madre”.

El día de la suegra

Por Natalia Carrizosa

Este domingo, en miles de hogares colombianos, las mujeres con hijos pequeños respiran profundo. Tendrán que armarse de paciencia para que todo no termine en trifulca. El portaretratos decorado con pasta cruda que suelen recibir, les recorda que les espera un largo domingo en casa de la suegra.

Como es el día de la suegra, han estado preparándose con anticipación. Le compraron un buen perfume o una pashmina o cualquier otro bien suntuario y terminaron la carta o la manualidad que sus hijos se aburrieron de pintar a los 2 minutos.

Como es el día de la suegra, fue ella quien decidió la comida de los festejos, que suele ser un menú complicado de más de tres platos para descrestar a toda la familia. Las mujeres con hijos, que lo que quisieran es descansar en ese día, tendrán que arremangarse y ayudar en la cocina. Y aceptar dóciles las directivas de la suegra.

Algunas suegras, sin embargo, no quieren mandar en la cocina en su día. Por eso prefieren escoger un restaurante. Suele ser un restaurante sin juegos para niños, donde los pequeños están particularmente inquietos y las suegras pueden dedicarse a criticar la crianza que les están dando.

En el día de la suegra las mujeres con hijos suelen resentirse con su marido. Pero puede ayudarlas entender que después de todo, ellas no lo parieron y no son más que una simple esposa.

Algún día, y esta es la ironía que determina toda esta tradición, las mujeres con hijos se convertirán en suegras. Ya sus hijos no les harán poemas tartamudeados ni portarretratos de pasta y poco las visitarán. Pero entonces, por un día al menos, podrán reinar despiadadas y vengar tantos años de ofensas sobre las nuevas generaciones de mujeres con hijos.

Costumbres bárbaras

Por Natalia Carrizosa

Vivir durante un año entre vikingos con mi hijo recién nacido me ayudó a relativizar muchas ansiedades y a valorar distintos estilos de crianza. Me conectó con vivencias e historias capaces de destruir cualquier pretención de universalidad sobre lo que es ser una «buena madre» o una «madre indigna».

En la primavera de 1997 la danesa Annette Sorensen y su novio, se encontraban visitando Nueva York. Paseaban a su bebé de 14 meses en coche por las calles de East Village y decidieron entrar a un restaurante que debió parecerles muy « hygge» . Como la bebé estaba dormida, hicieron lo que cualquier buen padre escandinavo haría. Dejaron el coche afuera con la niña bien arropada.

Si algún día visitan Copenhague notarán, en efecto, que a la salida de los cafés hay muchos coches enormes y si se asoman se sorprenderán de comprobar que algunos bebés siguen dormidos adentro. A la entrada de los establecimientos hay letreros que prohíben entrar esos armatostes. Pero los daneses, y todos los escandinavos en realidad, creen que es muy saludable para los niños dormir al aire libre, sobre todo en los meses más fríos del rudo invierno nórdico. ¿Y no temen que alguien secuestre a los bebés?, se preguntarán ustedes. Y la verdad es que, como en otros países, los secuestros los perpetran mas bien padres separados en conflicto por la guardia de los niños. Lo peor que ha sucedido con esta práctica es que un bromista con pésimo sentido del humor decida mover un coche unos metros.

Nos encantan los bebés”

La ley danesa otorga un año pago de permiso de maternidad que se puede compartir entre ambos padres (En Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia son tanto o más generosos). Existen toda clase de servicios sanitarios institucionales, ofertas de recreación (gimnasios y cines a donde se puede ir con lactantes en coche), una economía y todo un estilo de vida que gira al rededor de esta porción de la población en permiso de maternidad. Al lado de mi casa quedaban varios de los cafés y restaurantes preferidos por las mamás para encontrarse a tomar brunch en estos meses. Uno de mis preferidos era el Laundromat café, que tiene ese nombre porque también es una lavandería. Tiene un rincón con juguetes y un espacio con sofás con un letrero que indica « Siéntase tranquila de amamantar. Nos encantan los bebés y también las tetas ».

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En Dinamarca las “buenas madres” amamantan en público y sacan a sus bebés a dormir la siesta al aire libre. Muchos edificios, entre ellos el edificio donde yo vivía, están construidos alrededor de un patio trasero con jardín y siempre hay niños jugando y coches con bebés parqueados allí. Los padres no siempre están abajo con ellos, sino que los vigilan de vez en cuando por la ventana.

En la guardería, la zona de la siesta era también un espacio del jardín donde parqueaban los coches-cuna con toda clase de edredones y protecciones para el frío. Los cachetes de los bebés siempre tenían ese color rojo que deja la exposición a la brisa helada. Una vez oí a una madre avergonzada que confesaba que andaba muy cansada y le daba pereza sacar al bebé a hacer la siesta afuera. Se sentía la peor madre del mundo.

Annette y su novio comían pues tranquilamente, y con la conciencia tranquila, mirando a su hija desde la ventana del restaurante newyorkino, cuando un primer buen samaritano preocupado entró al restaurante a buscar a los padres del bebé que encontró abandonado afuera. Ellos le aseguraron que no había problema, que la niña estaba bien. Cuando un segundo ciudadano preocupado le advirtió a los empleados del restaurante que había un bebé afuera, los meseros le ofrecieron a la pareja pasarlos a una mesa más amplia donde podrían acomodar el coche, pero ellos rechazaron esta amable oferta.

Entonces ese o un tercer ciudadano preocupado llamó a la policía. El NYPD atendió presto el llamado, entró al restaurante, arrestó a la pareja y se llevó a la bebé a los servicios sociales. La noche separados, el arresto, los señalamientos en la prensa y el subsecuente juicio por negligencia desencadenó un conflicto diplomático. La embajada danesa tuvo que mediar y explicar a los gringos, que debían ver como unos bárbaros separadores de familias, que Sorenssen no era ninguna “madre indigna”, que dejar bebés en la calle era una costumbre perfectamente aceptada en los países nórdicos. Finalmente se levantaron los cargos contra Sorensen y su pareja.

Nuestros miedos no son iguales, y nuestros excesos de cautela tampoco

Podría uno pensar de toda esta historia que los nórdicos son mucho más relajados con la seguridad de los niños y que los Estados se entrometen mucho menos para legislar sobre las decisiones crianza que son aceptables y las que en cambio, pueden llevar a los servicios sociales a intervenir. Pero eso no es cierto. Actualmente los servicios sociales de Noruega enfrentan una ola de indignación y protestas por el caso de Marius y Ruth Bodnariu.

Ruth esperaba que llegara el bus del colegio de sus dos hijas mayores (de 8 y 10 años) pero el bus siguió sin detenerse. Al rato, y sin ningún aviso, la policía desembarcó en su casa, le exigieron entregar a sus hijos de 2 y 5 años a una oficial de los servicios sociales de emergencia, donde, le informaron, ya se encontraban sus hijas. Le dijeron que debía acompañarlos para ser interrogada y allí descubrió que todo se debía a que ella le había confesado a una profesora que de vez en cuando le pegaba nalgadas a sus hijos.

Al día siguiente un carro de la policía volvió a su casa y el matrimonio alcanzó a creer que venían a devolverles a sus hijos, pues todo se debía a un error. Pero nada de eso. Vinieron a llevarse al bebé de tres meses. Aunque nunca comprobaron que los niños tuvieran marcas físicas de maltrato, separaron a los hermanos en tres familias adoptivas diferentes y llevaron al lactante a más de ocho horas de distancia de la casa de su madre.

Como ya he contado en otro post, los países nórdicos fueron los primeros en prohibir la palmada y toda forma de castigo corporal. Esta ley es algo que se toman muy en serio y que en cierta forma admiro. Pero muchos padres denuncian que los servicios sociales actuan demasiado rápido contra padres de origen extranjero como Marius y Ruth, que son rumanos. Las cifras podrían hacer pensar que existe un sesgo xenófobo.

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La familia Bodnariu con vestidos tradicionales rumanos antes de la separación

Al final, los bárbaros no son los pueblos vikingos, ni los pueblos de costumbres universamente despreciables. Siguen siendo los extranjeros, aquellos a los que no comprendemos pues hablan una lengua que para nuestros oídos incultos no es más que “bar-bar-bar”.

Regreso al trabajo

 

Por Carolina

1. Me sentí liberada y contenta (y hasta importante) de salir con afán de mi casa en la mañana en dirección al trabajo junto con las miles de hormigas que toman el tren cada mañana y se bajan en London bridge.

2. Me salió la inseguridad cuando me di cuenta de que por andar sintiéndome tan ocupada e importante mi paso firme hacia la oficina me había llevado a rumbos desconocidos en lugar de a mi trabajo y mi celular estaba quedándose sin batería. Tuve la justa para saber qué tan lejos estaba de mi destino y me sentí harto ridícula.

3. Pasé mi primer día entre llamadas telefónicas, presupuestos en Excel y reuniones y no tuve tiempo de almorzar.

4. Me callé, cobarde, cuando una colega se quejaba de un cliente que le mandaba emails con preguntas absurdas. Comentaba el caso con otras colegas, todas mujeres, diciendo de la cliente con tono despectivo «se  nota que está embarazada».

5. Tuve días de tanto estrés que me costó trabajo dormir.

6. Mi paciencia hacia M menguó y me sentí mala persona cuando la regañé por querer pasarse a mi cama y no dejarme dormir, algo que hace con frecuencia y que normalmente no sólo tolero sino que acolito.

7. Me propuse meditar todos los días para aliviar el estrés pero me costó mucho trabajo querer dejar de sentir la adrenalina que me produce el trabajo y el estrés. Ganó la adrenalina.

8. Cometí errores de primipara. Me costó un rato desoxidarme.

9. Lavé ropa dos veces en tres semanas. Llegué al extremo de sacar ropa de la canasta de la ropa sucia.

10. La hora de acostarse de M se fue al carajo por una mezcla de la intensidad laboral de los padres, la intensidad de juegos de la abuela y la duración del día.

11. Me pareció rarisimo entrar a Facebook y ver tantos artículos de maternidad/educación/crianza en mi feed cuando yo sólo tenía cabeza para láseres.

12. Lo anterior me hizo sentir un tanto esquizofrenica.

13. Me subí a un cherry picker a arreglar un problema de último minuto en la instalación. Recibí instrucciones desde el suelo de todos los machos que se negaron a subir. Todo quedó en cámara.

14. M me mandó a la oficina con cosas prestadas para que trabajara: un playdough, unas tijeras, un cuaderno de recortar, un rodillo. Me tocó convencerla de que sus rompecabezas de dinosaurios no me cabían en la cartera.

Sólo cumplo con advertir

Por Natalia Carrizosa

Le sucedió a mi ahijado. Así que cuidado con los plumones de pentumen y los relojes de estimulación temprana Little Sockers. Están de moda y se comercializan por redes sociales como ideales para niños, pero pueden ser mortales.

«Siempre fui cuidadosa con Adriana, y en mi casa era maniaca con las normas de seguridad, pero no pensé que dejarla ir a a jugar a la casa de su mejor amiga desencadenaría el infierno que estoy viviendo. Ahora sólo quisiera alertar a otros padres para que no tengan que pasar por lo mismo» dice Andrea Suárez, en medio de su desconsuelo.

«Nunca pensé que Santiago podría explotar», explica Viviana Olaya, quien dejó sin supervisión a su hijo 3 minutos mientras iba al baño y fue suficiente para que entrara en combustión espontánea.

Si tienes hijos y llegaste aquí, esta no debe ser la primera vez en que un título amarillista aprovecha el alto nivel de ansiedad en que vivimos, para generar clicks o para venderte algún producto. Tampoco debe ser la primera vez que alguien de tu familia te informa de posibles e insospechadas maneras en que accidentes fatales podrían acabar con tus hijos. -Van a ir a la Guajira? Uyyy noooo…. tengan cuidado con los caimanes, con las corrientes, con la microcefalia… No hay que dejar que salgan con las piernas descubiertas, que los vea el sol, el agua…. ¿Al nacimiento del Magdalena ? ¿Con los niños? ¿Si te conté como se ahogó la hija de la empleada de ….

Y ni hablar de las redes sociales y todas las informaciones contradictorias sobre los horrores psicológicos desencadenados por todas y cada una de las más diversas decisiones de crianza. «5 frases que destrozarán la autoestima de tus hijos », « Los gritos y castigos en la infancia pueden desencadenar depresión y suicidio adolescente », « Por qué los elogios convienten a nuestros hijos en narcisistas egocéntricos », « Ser buen padre acabará con tu salud mental»…

«Yo sólo cumplo con advertir», como suelen decir tantos oráculos de infortunio, que no voy a hacer caso a las personas desinteresadas que piensan que hacen un bien social informándome de horrores improbables. Soy el tipo de madre que toma el riesgo de montar a sus hijos en un automóvil sólo para que conozcan el Jardín Botánico, a pesar de que esa sí es la principal causa de muertes accidentales infantiles en el mundo.

Nuestros parásitos*

Ha sido más  difícil deshacerme de mis prejuicios de clase que de los piojos y liendres de mi hija

 

 

De nuevo mi hija está infectada de piojos (y yo también, obvio). En esta oportunidad  no le hice el mismo tratamiento insecticida pues la última vez su olor casi me hizo desmayar  y  no dio resultados inmediatos. Compré en cambio una peinilla eléctrica y un tratamiento a base de aceite de coco. Todas las noches desde hace varios días la despiojo con la peinilla amorosamente, pero sigo encontrando liendres muertos o ya eclosionados y ella aún se rasca. El problema es que  empezaron las clases y de acuerdo a una circular de admonestación generalizada tengo que mandar una nota avisándole al colegio. Pero no lo hago.

Pienso que las profesoras van a advertirle a los otros niños que no se acerquen a mi hija y estos van a inventarse canciones de burla sobre mi pobre “piojetas”. Es lo que hubiéramos hecho en el patio de recreo de mi colegio privado en Bogotá contra el hijo de la aseadora del colegio. Un hijo de aseadora que, irónicamente, siempre andaba muy sucio.

Después de leer mil páginas y foros de Internet sobre el tema, sé que los piojos son muy contagiosos  independientemente de la higiene personal o la clase social. Mi mamá no se lo cree. –Qué horror… Pero ustedes de chiquitas NUNCA tuvieron piojos – , me dijo por teléfono cuando le conté.

Tal vez nunca tuvimos piojos, pero mi hermana y yo vivíamos en el campo  con varios perros y estábamos SIEMPRE llenas de  pulgas, a las que para colmo, éramos alérgicas. Se nos hacían unas ronchas enormes que se infectaban. En Bogotá, nuestros compañeros del colegio nos preguntaban aterrados qué nos había pasado. Al principio, ingenuas, decíamos la verdad. Pero pronto entendimos que las pulgas, al igual que los piojos eran “de quinta”. Después de la primera vez que mi amiga D, la que terminó casándose con un noble, me dijo: “¿Pulgas? Qué asco. No te me acerques.”, empecé a hablar de zancudos. Por alguna razón qué aún hoy escapa a mi comprensión, los zancudos gozan de mayor aceptación social que las pulgas.

Mis primos mayores sí tuvieron una infección de piojos. La empleada de la finca dijo que tocaba lavarles el pelo con petróleo, que era lo que entonces se usaba. Y funcionó.  La versión que los grandes nos contaron de cómo las plebellas bestias invadieron sus pulcras y rubias cabezas, era la siguiente: Mis primos se habían metido por una ventana rota a la vieja quesera abandonada y se habían puesto a jugar con un sombrero y una ruana vieja que algún ordeñador había dejado abandonados desde los años en que funcionaba allí el ordeño y la fábrica de quesos.

Ahora me doy cuenta de que esta explicación es falsa pues se contradice con el cortísimo ciclo de vida que tienen los piojos por fuera de un huésped humano. Pero la historia tenía otras virtudes que la hicieron perdurar en la mitología familiar:  Por un lado, exoneraba de toda culpa a mi  tía, y por otro,  tenía una bonita moraleja. Debía servir para alejarnos y asquearnos de la chusma o lo que tocaba la chusma.

Esto puede explicar la sensación de asco que en mi adolescencia me producía una propaganda  para vasos desechables que hacía un close-up sobre una boca de dientes amarillos mientras una voz en off decía algo como: “¿Usaría usted acaso el vaso del “maestro Albarracín? Mejor tome en desechable” Y que conminaba a los consumidores a arrugar hasta romper el vaso desechable después de una utilización. La campaña fue un éxito y  por un tiempo en mi círculo de amigos siempre rompíamos los vasos desechables para impedir,  -oh asquerosidad de las asquerosidades- que a algún cochino e ignorante se le ocurriera lavar un vaso desechable y volverlo a utilizar. Ahora que tantos de mis amigos son ecologistas no sé si reparan en la polución tan asquerosa que esa campaña  estaba promocionando.

Igual es difícil para alguien con este tipo de educación clasisto-profiláctica tan sólida enfrentar algo tan animal (tan humano) como una infección de piojos. Cuando en bachillerato íbamos con el colegio a la escuela de una vereda de la Calera o a las ladrilleras de los Chircales a cumplir con nuestras horas de “vigías de la salud” nos sentíamos tan superiores… Éramos unos niños del Norte de Bogotá criados por empleadas del servicio y veníamos a dictarle cátedra a las madres pobres sobre como criar a sus hijos. La higiene era el tema insignia. Para evitar una infección de diarrea, les decíamos, debían lavarse las manos con agua y jabón después de ir al baño. También tenían que lavar los alimentos que pensaban darle a sus hijos con agua potable.

Luego jugábamos con los niños. Recuerdo que un día una niña me pidió que le hiciera una trenza y como yo sabía hacer espinas de pescado, muy pronto se hizo una fila de niñas que querían que les hiciera el mismo peinado. Entonces una compañera del colegio me dañó el rato. -Uy– me susurró–, ¿esa es tu peinilla?  Se te van a prender los piojos. — Pero no se me prendieron.

Vine a conocer los piojos muchos años después, muy lejos de los Chircales, en el primer mundo. Me los suele prender una niña de rubia y pulcra cabellera a la que no puedo evitar abrazar todos los días. Esa ironía del destino es un tema que hace que me rasque la cabeza.

*Originalmente publicado en Alomujeres en 2011. Es el tercero de una serie de post de esa época que vengo rescatando. Hay que saber que vivía en Francia en ese entonces, y si la regla de avisar al colegio de las infecciones de piojos les parece problemática por el bullying que puede llegar a promover, en el Liceo francés de Bogotá (donde estudié yo y estudian actualmente mis hijos) el reglamento dice que a los niños con infecciones de piojos se les puede mandar de regreso a casa.

Por la histeria con que los padres de alumnos reaccionaron ante una reciente epidemia de varicela y el bullying que en efecto le hicieron al primer niño en contagiarse, no quiero imaginarme lo que puede pasar con una infección de piojos, que cargan el estigma de clase del que aquí hablo.