Por Natalia Carrizosa
Cuando la esposa de mi exjefe estaba por dar a luz a su primer hijo, él siguió trabajando en la oficina. Una colega más veterana le insistía para que se fuera, pero estábamos en cierre y él sentía que debía quedarse.
En ese momento yo estaba recién graduada y soltera y me encantaban las noches de cierre en la redacción. Aún recuerdo con nostalgia la camaradería y ese sentido de estar respondiendo a una vocación. En los cierres los periodistas comíamos juntos en la cafetería, poníamos música, hacíamos chistes con los diagramadores, nos emocionábamos con la última chiva y se nos hacía agua la boca con los printers de las opciones de portada. No parábamos de charlar y de reír mientras esperábamos el turno de poner un pie de foto, de hacer una última “capada” para ajustar el texto a la diagramación. Esto podía durar hasta las 3 de la mañana. En esa época yo admiraba mucho la energía contagiosa, el compromiso y la capacidad de sacrificio de nuestro joven jefe, que era un digno representante de los yuppies de los 90.
Solo anoche al recordarlo tuve la revelación de que su manera de actuar el día del nacimiento de su hijo fue muy perturbadora y que habla mal de un mundo laboral al que no fui capaz de acostumbrarme. Es muy probable que al igual que yo, mi exjefe haya tomado consciencia y cambiado su forma de ser. Ahora que he dado a luz dos veces y tengo pareja y una vida de familia, lo que más me molesta no es la evidente falta de consideración de un hombre con una mujer que estaba pariendo. Sino lo que considero un error de liderazgo del tipo que sigue frenando el desarrollo profesional de las mujeres en las empresas de Colombia (y del que probablemente yo también he sido víctima).
Un líder lidera principalmente con su ejemplo. Así, los jefes saben que no pueden llegar tarde a la oficina y que la mejor forma de que sus empleados sigan en sus puestos de trabajo hasta tarde es no ser el primero en irse. Que un jefe estime, entonces, que el parto de su primer hijo no es motivo para dejar el puesto de trabajo y que lo haga saber, hace que sus empleados se sientan poco inclinados a privilegiar su vida de familia, o usar esta como justificación para no cumplir con el compromiso debido a la empresa. Se manda el mensaje de que un parto no puede ser gran cosa para el modelo de buen trabajador que la empresa aspira tener y que premia con promociones.
Este modelo penaliza claramente a las mujeres. Por razones biológicas, una mujer no puede decir: “No. Estoy dando a luz pero me voy a aguantar porque tengo que trabajar, es mi compromiso con la empresa”. Además, culturalmente no es una opción valorada que una mujer anteponga su vida profesional al cuidado de su familia. En parte por ello, son principalmente las mujeres quienes se encargan del cuidado de los niños pequeños o los padres ancianos o enfermos. En un entorno de trabajo que no reconoce las responsabilidades familiares de cuidado de los suyos como parte de lo que un buen empleado hace en su tiempo “libre”, es más difícil para las mujeres avanzar profesionalmente. Cuando un jefe es adicto al trabajo, manda mails los fines de semana, a las seis de la tarde pone a sus subalternos a resolver algo “para mañana a primera hora”, o no se reparte con su esposa las responsabilidades de cuidado de sus hijos, está haciéndole mucho daño a las mujeres de su empresa.
Al privilegiar empleados que dejan a sus parejas pariendo solas, que no se encargan de dar teteros ni cambiar pañales, que son capaces de trasnochar en la oficina a pesar de tener un bebé que aún no duerme de noche y requiere que alguien lo alimente cada 2 horas, se está premiando a hombres machistas que descargan todas estas responsabilidades en mujeres que probablemente no podrán aspirar al mismo desarrollo profesional. Por esta razón, muchas profesionales brillantes y prometedoras terminan abandonando carreras o ambiciones de llegar a cargos directivos. A su vez, esto ayuda a reproducir culturas empresariales machistas pues no se dan las condiciones para que lleguen a cargos directivos mujeres con hijos ni hombres feministas. Un jefe que quiera romper con este círculo vicioso y no frustrar la carrera de las mujeres de su empresa y del país en general, quizás debería empezar por ser un mejor padre con sus propios hijos y valorar y reconocer las obligaciones que trae la maternidad de sus empleadas y empleados desde el embarazo.